Joaquín Fermandois Martes 07 de Abril de 2009
Una o dos mejillas?
Si la puesta en tela de juicio por parte del Perú de la frontera marítima con Chile fuera acogida por una corte internacional, abriría una caja de Pandora global.
Si el mundo se pusiera como meta revisar todo lo sucedido en el siglo XIX, no sobreviviría ningún límite, y se caería en una guerra de todos contra todos, indefinida como el conflicto árabe-israelí. (No olvidar, ni árabes ni judíos son originarios de la tierra por la que se matan.) Hablamos de una delimitación marítima no cuestionada por 50 años a partir de 1929, hasta una nota de 1986, con una frontera acordada y ejercida por 80 años. De súbito, en la primera década del siglo XXI, se encienden los ánimos, y del gobierno limeño se traspasa un fervor que compromete al grueso de la sociedad peruana.
¿Se trata del límite, o es que Chile debiera hacer más gestos de "solidaridad" y pedir perdón, tan de moda, por lo sucedido en el siglo XIX? En el continente, muchos comparten una visión de la historia que simpatiza con Perú y Bolivia. Esto nos va a deparar por mucho, mucho tiempo algún grado de soledad.
A mí también me gustaría que la guerra de 1879 hubiese finalizado después de las batallas de Tacna y Arica, con una paz de compromiso, y no como continuó, con una especie de "guerra total" entre ambos. Siguiendo esta línea, ¿no hubiera sido mejor que la independencia de América hispana -nos hallamos en el umbral de su bicentenario- se hubiera producido por una "transición pactada", en vez de la hecatombe que llegó a ser? Sin embargo, no sacamos nada con llorar ante la leche derramada.
El sentimiento que cataliza los espíritus en el Perú no es solamente una querella que políticos sacan a relucir para atraer votos. Proviene de una parte del alma del Estado, de su cultura política. No es todo el Perú ni todos los peruanos, ni siquiera muchas veces una mayoría, pero arrastra en muchas ocasiones al país entero. Se prolonga por 130 años y nada indica que se apagará en un futuro previsible. Después de tanto tiempo, es evidente que no tiene motivos concretos, aunque sabe fabricarlos de la nada. Existe una sensibilidad que se alimenta a sí misma, ya completamente desenraizada del origen histórico; es una emoción recurrente como identificación de país, de comunidad, una imagen de sí mismo. Ninguna solución "moderna" -integración, comercio, inversiones- se la puede con su fuente recóndita en lo profundo del alma. No es imposible que algún día se agote, se extinga, se sumerja con lentitud en el olvido. Ojalá, aunque tenemos que armarnos de paciencia.
Se pueden dar otros paralelos en nuestra era. El nacionalismo alemán, que se apoderó de toda una cultura antes de 1914, fantaseaba sobre un "enclaustramiento" que no era tal. Después, ya antes del nazismo, era un talismán ante el cual se apagaba toda discusión racional, porque -sostenía- los vencedores asfixiaban al país (no era para tanto). En nuestros días, el nacionalismo chino contra Japón se está distanciando de sus orígenes concretos: la penetración japonesa en la primera mitad del siglo XX. Adquiere su propia fuerza, alimentada conscientemente por los gobernantes actuales. ¿A dónde irá a parar esa inquina?
¿Qué debe hacer Chile? Dentro del país no existe un trauma histórico hacia este tema, y por eso se puede detectar una indiferencia en algunos sectores que es peligrosa, si bien también da mayor serenidad. Teniendo en claro que defendemos tratados internacionales firmados y practicados, es propio de un país maduro poner una mejilla. Antes de poner la segunda, se debería calibrar más. Se trata de apaciguar y no de echar leña, ya que coexistiremos por muy largo tiempo en este paisaje veleidoso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario